Desde bien crío, como casi todos
los de mi generación y los de otras, jugué al futbol. No era un virtuoso del
balón, pero en el campeonato interescolar de 1971 me llevé el Pichichi, con un
último gol en un barrizal maravilloso que era el entonces campo de San Roque,
en Portugalete. Cómo costaba avanzar con el balón y levantarlo era prodigio.
Como el futbol no era lo mío, con o sin Pichichi, hube de abandonarlo. Para años
más tarde participar en algún partidillo del interempresas de Bizkaia. Qué
cabrones mis colegas, me llamaban cuando no había nadie más. Y rememoro con
cierto jolgorio un partido contra bomberos en otro barrizal, el de Alonsotegui.
Donde un balón me calló al pie, en el ángulo izquierdo del área grande. Dos
torres de bomberos que me vienen al asedio, el balón que no corría, pero las
dos torres se volvieron dos pánzeres. Nunca fue mi fuerte dejarme las
pantorrillas, remangadas o no, así que opté por entregar el balón a los dos atletas
de la manguera. La bronca de mis colegas fue monumental. Pero salvé mis tiernas
pantorrillas, ahora sí, arremangadas.
A los catorce con varios de la cuadrilla
del barrio me apunté al montañismo y ahí sí, a triunfar. Se ve que se me daba
mejor lo de hacer el cabra. Digo a triunfar porque me gustaba aquello de pasar
frío o calor, según la temporada. Lo de madrugar los domingos y calarme en
ocasiones no me parecía nada mal. Varios tres miles llevo en mis piernas. No
vayan a pensar ustedes que los ocho miles eran lo mío. Con el tiempo mezclé
futbolito 7 y travesías montañeras, con final en playa en verano, siempre entre
amigos, en cuadrilla, hasta 1996. Desde entonces a hoy, alguna escapadilla,
cada muerte de papa, por alguna ruta sencilla y dos subidas a Candina. No por
tener los ojos del diablo, la rutilla en sí es la del diablo.
Qué quiero decirles con estas
remembranzas. Poca cosa que no hayan intuido ustedes. Como deportista no me
ven, como no me veo yo.
Pero he tenido un sueño (I had a
dream). He soñado que se inauguraba el polideportivo, que se llenaba de
actividades y los guriezanos iban al gimnasio que tenía un monitor. Que se
practicaba deporte base; competiciones federadas de varios deportes; ludoteca y
campus de verano, con clases de apoyo; sesiones de envejecimiento activo y un
montón de cosas.
En mi ridículo sueño habíamos
construido tres pistas para la práctica del balonmano playa, futbol playa, volleyball
playa y nos lo pasábamos pipa los críos, lo no tan críos, los talluditos y
puretas; mirando y jugando, por turnos.
Los bares llenos, el comercio
activo, las posadas y agriturismos a rebosar. Las calles llenas y limpias. La
gente contenta y las fiestas de fábula.
Por soñar he soñado que hasta una
federación de no sé qué deporte quería hacer algún no sé qué, pero que era
importante y productivo.
De repente, en mi sueño se
produjo un fundido a negro, como en esas películas de cine. Al volver la imagen, mi sueño se volvió pesadilla. Me encontraba en el salón de plenos, abarrotado,
nuestros diez concejales echándose en cara que habían votado que no a los
presupuestos de 2022 y no se podía hacer nada.
Todo lo que yo había soñado que
nos pasaba de bueno en Guriezo, estaba pasando en otro pueblo. Pueblo donde,
puestos a mirarse el ombligo, miraron muy bien lo que les convenía.
Mientras, en la realidad real, algunos
siguen esperando que alguien se baje de la poltroncilla para poder dar un giro
de 360 grados. Para seguir estando donde estamos, en la nada y en la inopia.